
Ayer fue día de compras y acudí a un puesto nuevo que está cerca de donde vivo para adquirir algunas frutas y verduras. Cuando llegué vi que tenían gran variedad, así que elegí algunas.
Antes de eso le pregunté al señor que atendía «si podía escogerlas yo», a lo que él comentó: «Sí, está bien, pero, tenga las bolsas». Él sacó unas bolsas de plástico de su delantal y las puso sobre la mesa. Yo le dije que no era necesario, ya que yo traía mi bolsa, pero él insistió:
—No le recomiendo que lleve todo amontonado.
—¿Amontonado? ¿Por qué? —le pregunté y continué escogiendo.
El señor tomó una bolsa, la extendió y la acercó a mí.
—Aquí póngalas —me dijo.
—En verdad no es necesario, no voy muy lejos, así que no creo que les pase nada —le argumenté.
—La papaya va a aplastar los jitomates y los plátanos —me precisó—. Lo van a regañar en su casa.
—Pero si en mi casa solo estoy…
—¡Hágame caso! —insistió—. Luego vienen de regreso a cambiarlas porque les salieron mal.
Coloqué todo en mi bolsa y lo acomodé.
—No se preocupe, me arriesgaré —le expresé.
—Bueno, ya «como usted vea».
Después pagué y me fui. A los alimentos no les pasó nada. Sigo aprendiendo.
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Ramsés Organiz
La Filosofía Minimalista
@lafilosofiaminimalista
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